A mis casi 50 años, ya no cumplo con normas absurdas, no me avergüenza mis kilos de más. Converti la informalidad de llegar tarde a los lugares como mi principal aliado, desperté expectativas, curiosidad y esa desesperación que causa la espera.
Ya no quiero pantalones ajustados que ciñan mi cuerpo, necesito andar holgada, sentirme libre.
Nunca pensé que podría suceder, siempre me cuestionaba si iba a ser capaz de dejar de darle importancia a cosas, personas y lugares que me robaban el aliento.
De una cosa si me arrepiento y es de no haberlo hecho antes, antes de sentirme cansada, antes de ver brotar mis canas y arrugas, no por los años sino por el estrés de verme entre decisiones que no eran mías, de responsabilidades que me golpeaban sólo por ser la más responsable.
Le doy gracias a Dios ante todo por la familia que tengo, por un nuevo despertar, por ser mi refugio, ayudar con mis cargas y hacerla más liviana.
Que pena que la experiencia venga con los años, deberiamos todos nacer con un manual de vida debajo del brazo, de lo que nos hubiéramos librado en el camino.