Es inusual que una mañana de primavera esté tan fría. De hecho podría decirse que era más bien la sensación térmica, pues el termómetro marcaba veinte grados. Claro, no era como para usar un suéter pero aún así se sentía algo de frío. Tampoco era usual que en estas circunstancias yo me encontrara algo nervioso, era más bien como una pequeña ansiedad, como cuando uno tiene ganas de comer algo sin en realidad tener hambre. Fue entonces cuando percibí su aroma, entre madera de cedro y café recién molido, fuerte como para hacerme voltear inmediatamente. Sus ojos color café claro se vieron amarillos con el resplandor del sol, me miró sin decir nada y se acercó a mí como si me conociera de hace mucho tiempo.