jesuspsoto
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Jesús Pérez Soto

LEE: Lector. Escritor. Estudioso.

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jesuspsoto
· 16 days ago

El polvo no dejaba ver la maleza que el arriero iba dejando atrás, en el camino andado; tampoco importaba porque él llevaba los pensamientos fijos en una sola cosa. El cielo estaba igual de oscuro porque un montón de nubes negras cortaban la vista hacia el infinito; pero tampoco eso importaba, que el cielo y la tierra estuvieran sucias ¿¡O sí!? porque hacían juego con sus pensamientos, que a esa hora, mientras caminaba, bajo ese cielo oscuro y entre tanto polvo, estaban maquinando algo horrible.      En eso iba cuando llegó al único cruce del camino y se cruzó con otro arriero que justo iba al mismo pueblo y a la misma casa; lo supo porque adelante no había más pueblo y a la casa que iban era a la primera que llegaban todos.      —Qué bueno que nos cruzamos, así compartimos —dijo el segundo arriero mientras procuraba nivelarse al ritmo del primero.      —Hubieras preferido no hallarme porque ahora tendré que compartir lo malo que llevo —terminó de hablar el primero y dejó que el segundo se nivelara en el andar.      —No lleva gran cosa porque no veo bulto y como por el bulto se conoce al arriero; pero bueno, lo mismo somos y en el camino andamos, con gusto lo ayudaré a llevar sus penas.      —Me quitará usted un gran peso de encima y hasta me ayudará a bajar de mi cruz.      Justo pasó una tolvanera diminuta, pero fastidiosa que se metió entre ellos y los dejó mudo por largo rato.      —El polvo nuevamente haciendo de las suyas —dijo el primero.      —Eso somos y a eso volveremos —habló el segundo y acercó el oído para que el otro supiera que era todo escucha.      —Verá —comenzó a contar el primero, pero antes estornudó para quitarse el polvo de la cara— voy a Mandilata porque estoy pensando cortarle la lengua a Cipriano; sí, al mismo pueblo y al mismo Cipriano que usted visitará,

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jesuspsoto
· 27. Sep 2024

AQUELLA NOCHE, después de una intensa mañana, la oruga terminó convertida en una hermosa flor. Estaba izada sobre un tallo largo y al alzar la cabeza descubrió la inmensidad del cielo y sus estrellas. Naturalmente que se fascinó ante tanta belleza superior e intentó tocarla, pero no pudo saltar en un solo tallo porque estaba enterrada profunda.      —¿Qué puedo hacer para despegar mis alas de la tierra?      —No puedes —le dijo el cocuyo que se había posado en su tallo —Yo llevó años intentándolo y es imposible llegar a las estrellas.      —Y tú ¿quién eres?      —¡Una estrella!      —¿Si eres una estrella qué haces acá abajo?      —Verás, también estuve enterrado.      —¿En algún volcán del cielo que hizo erupción y te aventó?      —No, enterrado en el espacio; al principio fui una nebulosa; ya sabes, fragmentos de materia de las nubes frías de gas y polvo que flotan en el espacio, pero mis átomos no quisieron moverse ni chocar unos con otros y, pues no generaron reacciones de fusión nuclear por lo que nunca me volví estrella.      —Pero dijiste que eras una estrella.      —Cierto, soy una estrella frustrada, una enana marrón; una que no nació para brillar en las alturas.      —Pero te veo brillar.      —Es la segunda parte de mi historia. Verás, al no convertirme en estrella quedé enterrada en el espacio, pero un día miré hacia abajo y descubrí que había especies que volaban; naturalmente que me asombré ante tanta belleza e intenté bajar, pero estaba enterrado muy profundo.      —¿Qué puedo hacer para despegar mis alas del infinito y bajar a tierra? —me dije.      —No puedes —me contestó otra estrella que llevaba años intentándolo.      —¿Y tú para qué quieres bajar? —le pregunté.      —Para aprender a volar —me dijo—; las estrellas sólo estamos pegadas en el cielo, pero las aves no; ellas pue

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