La catedral de Maturín es uno de los sitios más icónicos de dicha ciudad y de Venezuela, y, sin embargo, casi no puedo ir a visitarla. Inesperado como la lluvia con el sol, salí a comprarle un teléfono a mi mamá en una tienda que está muy cerca de la mencionada maravilla arquitectónica. Había mucho calor: eran las cinco de la tarde. El lugar estaba repleto de personas que acampaban en la sombra, mirando desde lejos los adornos de Navidad que, por la hora del día, seguían apagados. El cielo, por otro lado, brillaba como un telar limpio e infinito, con pocas nubes cubriendo el azul. No quisimos entrar, solo apreciar la fachada del templo. Todo estaba bastante silencioso y tranquilo.