Looking back now, I honestly can’t believe it’s been a whole year since my cousin sister graduated from the University of Uyo. It feels so fresh in my memory, like it just happened last week. The preparation, the excitement, the family buzzit was one of those days that brought everyone together in the best way possible. She studied Linguistics and Foreign Languages, and watching her cross that finish line was nothing short of inspiring.
That morning started like every big family day in Nigeria. People were shouting from room to room, ironing clothes, trying to locate lost earrings and belts, and rushing around in a mixture of joy and stress. But the beautiful part of it all was that everyone felt proud. We were proud of her, proud of ourselves for supporting her journey, and proud that she didn’t give up despite all the challenges.
When we arrived at the university, the whole place was alive. Everywhere you turned, you saw graduates in their gowns and caps, families holding flowers, photographers shouting for attention, and friends laughing like they didn’t just survive one of the most stressful chapters of their lives. My cousin sister, whom we call Uyai at home, looked amazing. That gown looked like it was made for her. Her eyes sparkled, her smile lit up the space around her, and her steps carried the confidence of someone who fought and won.
Her journey through school wasn’t rosy. There were times she wanted to quit. She would call home and cry about the pressure, especially during her final year. There were sleepless nights, annoying group projects, unexpected results, and endless corrections on her thesis. But she kept going. That determination, that drive it was real. And it made the celebration even sweeter.
During the ceremony, when they finally called her name and she stepped forward, I could feel my heart jump. We all shouted her name with joy. Her mother was wiping tears, and her father had that quiet, proud smile only fathers understand. For a moment, the whole world felt still, like time paused just to honour her.
After the convocation, it was picture time. I think we must have taken over two hundred photos that day. With classmates, with lecturers, with siblings, and even with random well-wishers who just wanted to share in the joy. Later that evening, we went back home for a small family celebration. Rice, drinks, cake, laughter, music, and dancing filled the house. It wasn’t anything extravagant, but it was perfect.
I will never forget what she said that night. She looked at all of us and said, “This is not just my certificate. It belongs to everyone who believed in me.” That line stayed with me. It reminded me that success is never a solo act. Behind every achievement is a community of love, support, and belief.
Now she’s looking ahead to NYSC and postgraduate opportunities. She’s more focused than ever and walking with her head held high. That convocation day is one memory I will always carry with pride. It wasn’t just a graduation. It was a celebration of growth, family, and the power of never giving up.
Recuerdo de la Graduación de Mi Prima Hermana en la UniUyo
Cuando pienso en ese día, me cuesta creer que ya haya pasado un año desde la graduación de mi prima hermana en la Universidad de Uyo. Todo se siente tan reciente, como si fuera hace unos días. Desde los preparativos en casa hasta la emoción del evento, fue un día que dejó una marca en todos nosotros. Ella se graduó en Lingüística y Lenguas Extranjeras, una carrera que no es nada fácil, pero con mucho esfuerzo, logró completarla.
La mañana comenzó con ese típico ambiente de casa nigeriana en días importantes. Todo el mundo gritando de un lado a otro, buscando cosas, planchando ropa, arreglándose el cabello y peleando por quién usaría el espejo primero. Pero detrás de todo eso, había una alegría muy genuina. Estábamos felices de estar juntos y de celebrar algo tan grande.
Llegamos a la universidad y el ambiente era una locura de felicidad. Se veían graduados por todas partes, familias enteras posando para fotos, vendedores de flores, amigos tomándose selfies y ese aire de celebración que solo se siente en días así. Mi prima, a quien todos llamamos Uyai, se veía hermosa con su toga. Caminaba con tanta seguridad, como alguien que sabía todo lo que había costado llegar a ese momento.
No fue un camino fácil para ella. Muchas veces se sintió cansada, estresada y hasta derrotada. Hubo días en los que se encerraba a llorar, sobre todo cuando trabajaba en su proyecto final. Pero siempre se levantaba. Esa fuerza interior que tiene es algo que admiro profundamente. No importaba cuántas veces se frustrara, siempre volvía a intentarlo.
Cuando llegó el momento de la ceremonia y mencionaron su nombre, todos en la familia gritamos con orgullo. Fue un momento que me llenó el pecho de emoción. Su mamá no pudo contener las lágrimas. Su papá, siempre tranquilo, tenía esa sonrisa que dice todo sin palabras. Fue un instante mágico.
Después del evento, empezamos la sesión de fotos. Sacamos fotos con todos: con sus amigos, con sus profesores, con la familia completa. No queríamos que se escapara ni un solo momento sin capturarlo. Más tarde, ya en casa, hicimos una pequeña fiesta con arroz, bebidas, pastel y música. No fue una celebración lujosa, pero fue perfecta. Estábamos juntos, y eso era lo que importaba.
Esa noche, Uyai nos miró y dijo algo que todavía me emociona. Dijo, “Este certificado es de todos. No lo habría logrado sin ustedes.” Y tenía razón. A veces olvidamos que detrás de cada logro hay personas que animan, que ayudan, que simplemente están ahí.
Hoy, Uyai se prepara para el NYSC y está pensando en seguir estudiando. La miro y me llena de orgullo. Ese día no fue solo su graduación. Fue un símbolo de todo lo que se puede lograr con esfuerzo, amor y apoyo verdadero. Y por eso, siempre lo recordaré con una sonrisa.
