La representación de lo femenino en Nadja, de André Bretón

2025-03-19T11:00:54
Mientras que la mujer aparece y expresa la feminidad o la sexualidad femenina… la representación masculina actúa. Desde el punto de vista de su creador, los hombres miran a las mujeres mientras que las mujeres se observan a sí mismas mientras son observadas.

Cao M. López Fernández, en su obra
“Creación artística y mujeres: recuperar la memoria”,
Madrid, 2020

Nadja es una obra compleja estructural y poéticamente hablando, publicada en el 1928 luego de varios años desde que su autor, André Breton, comenzara a incubar las primeras ideas respecto a la concepción del texto. Algunos críticos de la época la denominaron como “la antinovela”, archidiscutida categoría que hasta el sol de hoy sigue generando polémicos debates respecto a la estructura, narratología y conceptos presentes, tan distintos a lo acostumbrado en el género hasta entonces.
Según afirmara el propio autor, el argumento nace a partir de la relación que mantuvo desde 1924 con el personaje que da título al libro, de ahí que se haga alusión a lo autobiográfico en la obra, otro de los aspectos que ha gustado a la crítica desentrañar. En Nadja se encuentran todas las claves del Surrealismo en la etapa de su desarrollo inmediatamente posterior a la publicación del primero de sus Manifiestos, es decir, en pleno dinamismo conceptual. La obra, densa en significados, puede ser considerada una de las más importantes del autor y del movimiento que lideró, sin dudas su quintaesencia, la obra germinal del Movimiento Literario Surrealista.
Se presenta como un relato en primera persona donde el protagonista narra su encuentro con una joven llamada Nadja. Esta perspectiva personal le da un tono íntimo y a la vez subjetivo al matizarla con elementos que incorpora del concepto de Asociación Libre y la exploración del subconsciente, creando una atmósfera onírica y a menudo absurda. La vinculación con elementos visuales es de las innovaciones más notorias que presenta su autor, incluye ilustraciones y fotografías que complementan la narrativa para reforzar su carácter surrealista. Estas interacciones entre imágenes y texto crean una experiencia más inmersiva provocando emociones y sensaciones que las palabras por sí solas podrían no transmitir con el mismo efecto.
Las fotografías en Nadja, por ejemplo, pueden ser interpretadas como fragmentos de su identidad, reflejando lo enrevesado del halo místico que la rodea; ayudan a difuminar la línea entre lo real y lo imaginario. Con esto Breton argumenta la idea de que la percepción de la realidad está medida por la subjetividad del narrador y su conexión directa con la protagonista, de ahí que las imágenes también jueguen un papel crucial en la construcción de la identidad de la joven. A través de la fotografía se plantea la pregunta sobre cómo se representa a una persona y cómo esa representación puede variar según el contexto.
El autor comienza en tono ensayístico, reflexionando sobre sí mismo y relatando una serie de acontecimientos de su vida que sustentan la creencia surrealista en lo que se llama azar objetivo. Según el surrealismo, el azar objetivo es la manifestación de una subjetividad proyectada sobre un objeto, es decir, son las “coincidencias petrificantes” (Breton 19) al que se refiere Breton a lo largo de la obra. Es importante señalar que tales coincidencias también tienen la función de conferir crédito a lo que se está narrando, ya que confirmarían la veracidad de la creencia surrealista y anticiparían cuál sería la oportunidad objetiva más importante de su historia: su encuentro con Nadja. La estructura un tanto fragmentaria de la novela muestra saltos temporales y cambios abruptos de tono, lo que refleja la naturaleza caótica de los sueños y la mente humana.
Desvanece las fronteras entre lo real y lo imaginario, cuestionando la percepción de la realidad y explorando lo fantástico en lo cotidiano; vemos entonces las influencias del psicoanálisis, pues Breton incorpora ideas de Sigmund Freud para explorar los deseos reprimidos y el inconsciente. Aunque es una obra profundamente personal, también ofrece una crítica a la sociedad contemporánea y a las normas burguesas, promoviendo la libertad individual y la experimentación artística, básicamente lo mismo que promueven sus Manifiestos. Podría partirse de esta última sentencia para analizar los contrapuntos que presenta el texto no solo en los aspectos ya mencionados sino también en relación a problemáticas sobre cuestiones de género.
La médula argumental en la historia versa en torno a la exploración entre el amor y la locura, donde el deseo también pasa a jugar un rol importante. La representación de la joven simboliza por un lado la libertad, pero al mismo tiempo deja atisbos constantemente de inestabilidad emocional; como si toda mujer que se saliera del libreto hegemónico impuesto por las normas sociales, definitivamente no tuviese otro apelativo mejor que el de loca, desde su comprensión más básica hasta todas las conductas a las que se le atribuye de igual modo el padecimiento.
Las representaciones de las mujeres en el arte no han quedado exentas en ello. Dicha relación entre arte y sociedad no es ni ha sido nunca unidireccional, cada sociedad la estimula acorde a sus intereses y ésta contribuye a su estructuración influyendo sobre otros grupos, creándose así relaciones en todas direcciones que son las que conforman la historiografía. “No tenemos acceso a más arte del que ya se ha hecho y este es irrepetible, pero, si el arte que nace del arte que ha habido, condiciona el arte que ha de venir, hay que hacer una tarea de recuperación del arte con nuevas lecturas (Duran 94); y es el objetivo al que responde este texto crítico: evaluar en cuánto realmente difirió la representación de la mujer que hizo Breton en su obra Nadja respecto a las históricas representaciones que ya había tenido el género en la literatura. ¿En cuánto innovó también el surrealismo para la representación de los roles de género?, cabría preguntarse. En este intercambio de arte y sociedad las mujeres no han estado al margen, pero sí marginadas. En sus representaciones se revelan las mismas circunstancias de la vida real, se les cosifica para ignorar su existencia como ser intelectual.
Resulta interesante valorar estos aspectos en el marco del Movimiento Surrealista, último en englobar el fascinante mundo de las vanguardias históricas con todo lo que ello encierra como resumen y epílogo de los antecesores, amén de resultar quizás el de mayor impacto en la actualidad. Por otro lado, hay que subrayar el gran número de artistas que se movieron dentro de esta agrupación, tanto hombres como mujeres, lo cual ha permitido hacer una mejor lectura comparativa entre géneros. Los primeros invirtieron buena parte de su producción en adentrarse en lo que denominaron “el paradójico, extraño y sensual mundo de las mujeres”. Éstas, por su parte, se ocuparon de la búsqueda de sí mismas, su mirada tamizada por las aportaciones teóricas del movimiento, pero casi siempre sabiendo apartar las huellas masculinas de sus propios “delirios creativos”, conscientes de que para los varones las mujeres son algo muy distinto de lo que ellas son para sí (Caballero 73). Era como si, finalmente, acorde a sus creencias, hubiese surgido el contexto creativo que permitiera representar mejor el mundo interior femenino, sin embargo, persistían los mismos códigos retrógrados y patriarcales.
No porque hubiese un mayor interés en el uso de protagónicos femeninos significaba que estaba otorgándoseles un reconocimiento digno, sino más bien tuvo que ver con cómo acoplaba mejor –según los pensadores y filósofos de la época- su universo interior con las nuevas experimentaciones del naciente movimiento artístico. Por medio del automatismo defendían la renovación de todos los valores; ciertamente, lo que define al Surrealismo es una postura subversiva, postura que formó parte no sólo del trabajo sino de las vidas de las personas que conformaron el grupo surrealista. Subversión, por otra parte, que parecía cuestión de hombres y no de mujeres, sólo celebradas en el Manifiesto por su “arrebatadora belleza” (Caballero 74). Los hombres, soñadores descontentos, emprendían el camino hacia lo nuevo. En ese camino la mujer se desconoce. Y hasta ahora en este último párrafo me referí brevemente al papel que jugó la mujer como creadora dentro del contexto naciente del movimiento, pero como sujeto sensible a analizar, continuaba aún sin abordarse más allá de los estereotipos clásicos.
La imagen femenina ha sido formada por el hombre, como realidad que adquiere consistencia y entidad en función de él. El mundo femenino aparece traducido por el hombre, considerado como una estructura vacía susceptible de acoger lo que se quiera imponer, en la que nada existe -o se ignora su existencia- como propio y privativo. El trato dado a su imagen no se corresponde con la visión revolucionaria y progresista presente en el modo de vivir, actuar y trabajar de muchos de los componentes del grupo. La mujer como tema, la mujer como signo, la mujer como forma, la mujer como símbolo inundan la cultura, en la misma medida en que la mujer como género o la mujer como realidad existencial diversa del hombre está ausente. Los hombres surrealistas tenían la convicción de que la mujer había nacido para ser descubierta.
La figura de Nadja encarna una dualidad fascinante y perturbadora que refleja no solo la obsesión romántica del autor, sino también los ideales surrealistas de libertad y trascendencia. Desde el inicio, Breton nos presenta a Nadja como un enigma, un ser casi etéreo que desafía las convenciones de la época. Su descripción está cargada de una idealización que, si bien puede resultar poética, también plantea preguntas sobre la objetivación de la mujer en el contexto de las relaciones amorosas.
A lo largo de la narración, Nadja se convierte en un símbolo de la búsqueda de la autenticidad y la libertad, características que el surrealismo promovía. Sin embargo, esta búsqueda no está exenta de una visión problemática. La forma en que Breton la percibe y, en última instancia, la necesita para completar su propio mundo emocional, revela una dinámica de poder que limita la autonomía de la protagonista.
Ella es, en muchos sentidos, un espejo de los deseos y ansiedades del narrador, lo que plantea un dilema: ¿es Nadja una figura de empoderamiento o simplemente una proyección de las fantasías masculinas de Breton?
Además, la locura que la acecha es un elemento clave en la obra, ya que su conexión con la enfermedad mental puede interpretarse como una crítica a la forma en que la sociedad define y encierra lo femenino. La locura se convierte en un espacio de libertad, pero también en una trampa que la aísla y la despoja de su voz. Breton aparece fascinándose con esta locura, al mismo tiempo que la utiliza para reforzar la idea de la mujer como un ser inasible, incontrolable. Esta ambivalencia es inquietante, ya que sugiere que, en el marco surrealista, la liberación de la mujer está íntimamente ligada a su sufrimiento. La obra, por tanto, presenta una visión de lo femenino que oscila entre la veneración y el encierro. Nadja no es solo un símbolo de deseo, sino también un recordatorio de las limitaciones que la sociedad impone sobre las mujeres.
Lo femenino en este contexto evocaba a las musas inspiradoras, pero también a figuras destructivas; Nadja encarna esta compleja dualidad al ser objeto de fascinación y, al mismo tiempo, provocar angustia en el narrador. Desde lo onírico, se convierte en puerta hacia lo inconsciente y lo irracional, pues, aunque Breton busca liberarse de las convenciones sociales, su representación de la mujer a veces refleja las limitaciones de su propia perspectiva masculina.
Sin embargo, su carácter enigmático desafía las nociones convencionales de la feminidad. En vista de lo revolucionario del surrealismo, que se vuelve contra la sociedad capitalista burguesa, contra su ideología y contra los métodos con los que se sostiene, no es sorprendente que de alguna forma también se volviera contra el patriarcado, valorando a las mujeres y dedicándose a pensar en cuestiones de género.
En contrapunto a lo argumentado hasta ahora, también existen otras miradas críticas al respecto. Por ejemplo, según lo expuesto por Fernanda Taís Ornelas y Alcides Cardoso dos Santos en su artículo "Lo femenino en el surrealismo: la representación de las mujeres en Nadja, por André Breton", es posible inferir que el surrealismo no se esforzara por deconstruir la idea de lo femenino impuesta culturalmente a las mujeres, más bien, se identificaba con ella. Defienden la idea de que, para los surrealistas, no había ninguna connotación negativa en la idea de lo femenino a partir de características como lo irracional y la intuición, ya que estos son precisamente los valores fundamentales de su movimiento. Por tanto, se produce la exclusión femenina del poder y la intelectualidad como algo positivo, porque, al estar libres de ciertas presiones del sistema, las mujeres “con su irracionalidad” son vistas como la esperanza de un futuro más armonioso, ya que serían las únicas capaces de gobernar según las prácticas surrealistas. Esta idea se puede ver claramente en el trabajo Arcano 17, de André Breton, 1986:

[...] llegado el momento de hacer valer las ideas de las mujeres en detrimento del hombre, cuya quiebra se perpetra hoy de manera bastante tumultuosa en día. Y le corresponde al artista, en particular, que le corresponda, aunque sea protesta contra este escandaloso estado de cosas, la tarea de hacer todo lo que concierne al sistema femenino del mundo en oposición al sistema masculino, de invertir exclusivamente en facultades de mujeres, exaltar, o mejor aún, apropiarse, hasta el punto de hacerlo con celo la suya, de todo lo que la distingue del hombre en cuanto a modos de aprecio y voluntad (47-48).

El texto de Breton termina sugiriendo una incompatibilidad entre la actitud surrealista y la idea de masculinidad fomentada por el patriarcado. Si el hecho de que la mujer fuera privada del ejercicio de su autonomía y de su intelectualidad durante siglos es verdaderamente positivo e ideal para la práctica del surrealismo, debido a la supuesta conservación de la mente en un estado “más libre”, entonces, también es posible decir que no ocurre lo mismo con el hombre. En otras palabras, la historia marcada por siglos de poder, pensamiento racional, responsabilidad social, influye y obstaculiza al hombre en el desempeño de esta actitud. Este hecho se puede observar en la incapacidad de desprenderse Bretón, en oposición a Nadja.
Amén de las polémicas respecto al tema, en algo estoy completamente de acuerdo: en consecuencia, es incluso posible lanzar la hipótesis de que la libertad, en la forma en que lo aspiran y lo entienden los surrealistas, tal vez sólo pueda ser vivido plenamente por una mujer. Un hombre, incluso si viviera según con las creencias del movimiento, todavía llevaría dentro de sí la marca de los “siglos de domesticación del espíritu” al que Breton se refiere en el Segundo Manifiesto del Surrealismo, de 1930 (Ornelas y Cardoso 298).
Bibliografía
• Breton, André. Manifiesto del surrealismo. Guadarrama, 1969.

• Breton, André. Arcano 17, vol. 1, Guida Editorial, 1985.

• Cao, Marián LF. “Creación artística y mujeres: recuperar la memoria”, vol. 17. Narcea ediciones, 2000.

• Durán Heras, María Ángeles. Liberación y utopía: la mujer ante la ciencia. Akal, 1981.

• Gilbert, Sandra M., and Susan Gubar. La loca del desván: la escritora y la imaginación literaria del siglo XIX. Vol. 52. Universitat de Valencia, 1998.

• Guiral, Juncal Caballero. "Mujer y surrealismo." Asparkía: investigació feminista, 1995, pp. 71-81.

• Ornelas, Fernanda Taís, and Alcides Cardoso dos SANTOS. "O feminino no surrealismo: a representação da mulher em Nadja, de André Breton." Lettres Françaises, 2016, pp. 287-299.

• Vicente de Foronda, Pilar. "La mujer como objeto de representación hasta principios del S. XX." Atlánticas. Revista Internacional de Estudios Feministas, vol. 2, 2017, pp. 271-296.
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