Al principio el instinto fue nuestro guía. No necesitábamos ni brújulas, ni relojes, ni libros de autoayuda. Bastaba con escuchar esa voz visceral, que sabía más de la vida que cualquier doctorado. Pensando que éramos más sabios, cambiamos nuestro guía por una supuesta seguridad, de comodidad, de normas sociales que prometían civilización. Y vaya que lo logramos: dominamos el fuego, construimos imperios, inventamos redes para conectar al mundo. Sin embargo, algo se nos quedó en el camino. Algo se nos extravió. ¡El instinto!