¿Pensamos como vivimos o vivimos como pensamos? | Do we think as we live or live as we think? [ES/EN]

2025-04-16T18:40:33

Origen del lenguaje como herramienta humana

Las palabras indudablemente tienen un poder inmenso y un peso enorme en la construcción de nuestra sociedad como especie. Partiendo de que con las palabras se puede tanto dirigir un país, como destruirlo, hacer sentir bien a una persona o hacerla sufrir. Las palabras vienen a ser como la unidad fundamental de sentido en base a las cuales construimos oraciones con significados muy variados. Pero las palabras, a su vez, forman parte de una estructura aún mayor; un sistema abstracto y generalizado que funciona mediante signos lingüísticos y al cual le llamamos lenguaje.
De hecho, el lenguaje fue la herramienta principal utilizada por la especie humana para organizar el trabajo en la comunidad y permitir una evolución de nuestra capacidad cognitiva y social. El lenguaje fue el que nos permitió planificar actividades humanas indispensables para la supervivencia como fueron la caza o la recolección, así como la transmisión de conocimientos técnicos a los más jóvenes del grupo sobre cómo utilizar las demás herramientas, acelerando así la innovación tecnológica.
Pero más allá del aspecto meramente «técnico», el uso del lenguaje permitió, como ya decía, organizar el trabajo en comunidad y cohesionar al grupo mediante la consolidación de mitos, rituales, normas y diversas narrativas, que fomentaron la unidad en grupos cada vez más extensos. Además, siguiendo por esta línea, dio pie al establecimiento de distintos roles dentro del propio grupo para mantener así, la supervivencia colectiva.
Todo ello da al traste con el surgimiento en la especie humana de un pensamiento abstracto que permitió generar una acumulación cultural que llega hasta nuestros días. Es por ello que el ser humano pudo librarse de la dependencia a los instintos animales que nos limitaban a un conjunto de respuestas predeterminadas a ciertos estímulos con el fin de preservar la especie, y pasar a la evolución cultural que hace posible que un único individuo pueda ser capaz de aprehender millones y millones de años de experiencia en apenas los pocos años que dura la infancia, a pesar de que se está en constante aprendizaje.

Poder autorregulador del lenguaje en el desarrollo humano

Desde que nacemos, o incluso desde antes, estamos en contacto con el lenguaje y nuestra lengua materna. Somos seres hablados y hablantes, en el sentido que desde antes de nacer ya nos tienen preparado en nuestra familia el papel que se espera que desempeñemos en el escenario familiar. Al nacer, entonces, lo que hacemos es ir poco a poco dotando de sentido a todo lo que nos rodea con ayuda de nuestros adultos más cercanos y encargados de nuestra crianza. Es así como vamos interactuando con los objetos y aprendiendo sus usos culturales.
En ese camino, las palabras más allá de etiquetar cosas, les dan un sentido mucho más amplio que la mera denominación. Y no solo eso, sino que gracias a las palabras que nos dicen nuestros padres y madres, vamos aprendiendo a cómo vernos a nosotros y nosotras mismas, es decir, vamos construyendo nuestra autovaloración y autoconcepto. Esto quiere decir que lo que sabemos sobre nosotros y nosotras, y la relación afectiva que mantenemos con dicha idea, primero nos llega desde el exterior.
Es así que en primera instancia somos regulados desde afuera y no solo respecto a lo ya dicho, sino también respecto a las normas, actividades, etc., y luego, poco a poco, es que vamos pasando a una regulación más propia en la que aprendemos gracias a las palabras a dirigir nuestra propia acción justo porque cada una de ellas trae consigo una representación mental de la acción a ejecutar.

¿Condicionamiento cultural del lenguaje o viceversa?

En ese sentido es válido plantearse la cuestión de que si se trata de que el lenguaje es condicionado por la cultura, o si la cultura es resultado del uso que hacemos del lenguaje. En la actualidad es muy común toparse con mensajes de autoayuda que buscan que logremos una comunicación más positiva con nuestra propia persona para poder tener una relación más sana y lograr un mejor estado de bienestar. Aquí se sobreentiende que si nuestro bienestar subjetivo es resultado de la manera en que nos hablamos entonces se trata de un determinismo del lenguaje en los fenómenos que nos rodean. Y así se puede llegar a pensar que la manera en que concebimos la realidad está mediada por la manera en que utilizamos el lenguaje, al fin y al cabo, cada palabra trae consigo una serie de representaciones mentales que nos hacen ver las cosas de uno u otro modo. Por ejemplo, si comenzamos a describir a un día nublado con una serie de adjetivos positivos como «acogedor», «relajante», «fresco», «romántico» en vez de solo verlo como algo lúgubre y mustio, comenzaríamos a ver cada día con estas características como días muy agradables.
De hecho, existe un tipo de psicoterapia llamada Programación Neurolingüística (PNL) que plantea que existe una conexión entre los procesos neurológicos (neuro), el lenguaje (lingüístico) y los patrones de comportamiento aprendidos (programación). Su objetivo es identificar y modificar estrategias inconscientes que limitan a las personas, facilitando cambios positivos en su pensamiento, emociones y acciones. Para esta psicoterapia el lenguaje es una herramienta clave ya que se considera que la forma en que hablamos refleja y moldea nuestra percepción de la realidad. A través del lenguaje, la PNL busca intervenir en los patrones mentales y emocionales, haciendo que las personas reestructuren la manera en que narran sus experiencias para así provocar un anclaje de dichas experiencias a palabras con representaciones más empoderantes y evitar creencias limitantes.
Siguiendo esta lógica y dejando fuera el hecho de que se trata de una psicoterapia con muy poco respaldo científico sólido, vemos la realidad como la vemos porque la narramos de una forma. Sin embargo, cabe considerar que, tal y como ocurre en la primera infancia, el lenguaje nos llega desde afuera, desde los otros, desde la cultura que se reproduce y desarrolla con cada individuo. O sea, somos seres que nacemos como hojas en blanco, y el lenguaje del que nos apropiamos es un lenguaje propio de una cultura y condicionado por esta en tanto sistema de conocimientos, creencias, artes, costumbres, valores, normas y prácticas que caracterizan a una sociedad o grupo social y que se transmite de generación en generación a través de la vida en sociedad, dicha vida en sociedad se sostiene sobre la base que supone la pertenencia y uso del lenguaje como sistema abstracto y simbólico que permite organizar la actividad humana en tal sentido.
Por tanto, más que confiar en que el uso de las palabras modifiquen algo de la realidad que nos rodea, es más pertinente considerar que es dicha realidad que nos rodea la que influye en la manera que tenemos de utilizar el lenguaje precisamente porque dicho lenguaje responde a un sistema previamente establecido que da sentido a nuestra existencia. No por gusto en los grupos esquimales es difícil que exista una palabra correspondiente para «automóvil» justamente porque no forma parte de su cultura.

La percepción que tenemos de la realidad

Saliendo por un momento del lenguaje y cayendo un poco en lo que es la percepción como proceso psicológico que media la interacción que desarrollamos con aquello que nos rodea, esta tiene un carácter sociohistórico porque está moldeada por el contexto cultural, las prácticas sociales y los sistemas de significados compartidos que una sociedad desarrolla a lo largo del tiempo. Los seres humanos no perciben el mundo de forma pura o neutral, sino a través de herramientas culturales precisamente como el lenguaje. Estas herramientas actúan como «filtros» que organizan y dan sentido a la experiencia sensorial. Por ejemplo, un niño que crece en una cultura donde se enseña a distinguir ciertos colores con nombres específicos como el azul celeste o el azul marino desarrolla una percepción más afinada de los matices cromáticos que alguien de una cultura donde esos términos no existen.
En tal sentido es válido destacar que las funciones psicológicas superiores -tal y como las nombra Lev Vygotsky; psicólogo soviético y fundador del Enfoque Histórico Cultural- surgen primero en el plano social al interactuar con los otros, y luego se internalizan. La percepción no es estática: cambia según las transformaciones culturales y tecnológicas de una sociedad. Para el Enfoque Histórico-Cultural, la percepción está ligada a la actividad concreta que realizan las personas en su contexto. En otras palabras, no vemos el mundo «como es», sino a través de los lentes que nuestra cultura e historia han tallado para nosotros y nosotras. Esto no niega la biología, pero subraya que incluso lo aparentemente «natural» en la percepción está profundamente teñido de significados sociales.

Ya para terminar...

Al final podemos ver que el mayor peso se encuentra en la cultura y no así en el lenguaje. El mensaje «hablarnos bonito» para sentirnos mejor queda muy bien para una jarra de autoayuda con la que desayunar por las mañanas, pero como la mayoría de mensajes «empoderantes» de nuestra época, está plagado de culpabilidades y presiones para quien le presta atención no solo porque niega que existimos inmersos en un contexto que nos condiciona, sino que también nos hace únicos responsables de nuestro malestar y de no ser lo suficientemente capaces de hacer algo con ello.
Ciertamente, lo que no se nombra no existe, y no es que el lenguaje no influya en la forma en que experienciamos la realidad y de ahí se desprende todo un debate sobre el lenguaje inclusivo y el uso de nuevos morfemas de género neutro, pero es este en última instancia el que condiciona la forma en que vemos la realidad. Se trata de una relación dialéctica de condicionamiento mutuo, pero hay que tener cuidado dónde se pone el foco porque nuestra época ya no es la que reprime y castiga abiertamente -a pesar del ascenso de la ultraderecha global- sino que su nueva estrategia para lograr los mismos fines es la hiperbolización y el empuje al desborde, al consumo, en una dinámica en la que más que consumidores, somos consumidos.

English version

The Origin of Language as a Human Tool

Words undeniably hold immense power and play a crucial role in shaping human society as a species. Consider that words can both lead a nation and destroy it, uplift a person or make them suffer. Words function as the fundamental units of meaning, the building blocks we use to construct sentences with diverse significances. Yet, words themselves are part of an even larger structure—an abstract, generalized system operating through linguistic signs, which we call language.
In fact, language was the primary tool used by humans to organize communal labor and enable the evolution of our cognitive and social capacities. It allowed us to plan essential survival activities like hunting and gathering, as well as transmit technical knowledge to younger generations about how to use other tools, accelerating technological innovation.
Beyond its purely "technical" aspect, language also facilitated the organization of communal work and strengthened group cohesion through myths, rituals, norms, and shared narratives, fostering unity in increasingly larger groups. Additionally, it led to the establishment of distinct roles within these groups to ensure collective survival.
All this culminated in the emergence of abstract thought in humans, enabling cultural accumulation that persists to this day. This freed humanity from dependence on animal instincts—which limited us to predetermined responses to stimuli for species preservation—and ushered in cultural evolution. Now, a single individual can assimilate millions of years of experience in just the few years of childhood, even as learning remains a lifelong process.

The Self-Regulatory Power of Language in Human Development

From birth—or even before—we are immersed in language and our mother tongue. We are spoken beings and speaking beings, meaning that even before we are born, our families assign us roles we are expected to fulfill. After birth, we gradually make sense of the world around us with the help of our caregivers. Through this process, we interact with objects and learn their cultural uses.
In this journey, words do more than label things—they assign them broader meanings. Moreover, through the words spoken by our parents, we learn how to see ourselves, constructing our self-worth and self-concept. In other words, what we know about ourselves and the emotional relationship we have with that self-image first comes from the outside.
Initially, we are externally regulated—not just in terms of self-perception but also norms, activities, and more. Over time, we transition to self-regulation, learning through language to guide our own actions because each word carries a mental representation of the action to be performed.

Is Language Culturally Conditioned, or Vice Versa?

This raises the question: Is language shaped by culture, or is culture a product of how we use language? Today, self-help messages promoting "positive self-talk" are common, suggesting that subjective well-being depends on how we speak to ourselves. This implies a form of linguistic determinism, where our perception of reality is mediated by language—after all, each word carries mental representations that shape how we see things.
For example, if we describe a cloudy day with positive adjectives like "cozy," "relaxing," "fresh," or "romantic" instead of seeing it as gloomy, we might start experiencing such days as pleasant.
In fact, Neuro-Linguistic Programming (NLP), a type of psychotherapy, posits a connection between neurological processes ("neuro"), language ("linguistic"), and learned behavioral patterns ("programming"). Its goal is to identify and modify unconscious limiting strategies, facilitating positive changes in thought, emotions, and actions. NLP treats language as a key tool, asserting that how we speak reflects and molds our perception of reality. By restructuring personal narratives, NLP aims to anchor experiences to more empowering words and eliminate limiting beliefs.
However, despite its popularity, NLP lacks strong scientific backing. Still, the idea that we see reality as we narrate it holds some truth. Yet, we must remember that—just as in early childhood—language comes from the outside, from others, from a culture that reproduces and evolves with each individual. We are born as blank slates, and the language we acquire is culturally conditioned, embedded in systems of knowledge, beliefs, arts, customs, values, and norms transmitted across generations through social life.
Thus, rather than assuming that words alone can alter reality, it’s more accurate to say that reality shapes how we use language, since language itself is a pre-established system that gives meaning to our existence. For instance, Eskimo languages lack a word for "car" simply because it isn’t part of their cultural reality.

Our Perception of Reality

Stepping away from language briefly, perception—the psychological process mediating our interaction with the world—has a sociohistorical character. It is shaped by cultural context, social practices, and shared meaning systems developed over time. Humans do not perceive the world in a pure or neutral way but through cultural tools like language, which act as "filters" organizing sensory experience.
For example, a child raised in a culture that distinguishes between "sky blue" and "navy blue" develops a more refined perception of color nuances than someone from a culture without such terms.
As Lev Vygotsky, the Soviet psychologist and founder of the Cultural-Historical Approach, argued, higher psychological functions first emerge socially through interaction and are later internalized. Perception is not static—it evolves with cultural and technological changes. For Vygotsky, perception is tied to the concrete activities people engage in within their context.
In short, we do not see the world "as it is" but through the lenses carved by our culture and history. This doesn’t deny biology but emphasizes that even seemingly "natural" perception is deeply colored by social meanings.

Final Thoughts...

Ultimately, the greater influence lies in culture, not language. The trendy self-help mantra of "speak kindly to yourself" may sound good on a motivational mug, but like most "empowering" messages of our time, it’s laden with guilt and pressure. It ignores the fact that we exist within a conditioning context and places sole responsibility for our distress—and our inability to overcome it—on the individual.
Certainly, what isn’t named doesn’t exist, and language does influence how we experience reality (hence debates around inclusive language and gender-neutral morphemes). But in the end, it is culture that conditions how we see reality. The relationship is dialectical—a mutual conditioning—but we must be cautious where we place emphasis.
Our era no longer relies on overt repression (despite the global rise of far-right movements). Instead, its new strategy is hyperbole and excess, pushing us toward overconsumption in a dynamic where we are not just consumers—we are consumed.

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Todas las imágenes utilizadas son de mi propiedad y fueron generadas utilizando ChatGPT y editadas en Canva | All images used are my own property and were generated using ChatGPT and were edited using Canva.

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