***English***

—What am I going to eat? —asked Marianela to her husband Reynaldo, interrupting his concentration on an attractive news item in the newspaper. Her husband, with a bored expression, looked at her for the second time in five minutes.
—Do whatever you prefer, —he replied, pursing his lips and stretching them outward in a gesture that seemed disinterested to Marianela.
That was not the answer she had expected, how could he give her that answer? How inconsiderate of her! She felt offended and stirred on the sofa, interrupting her husband's reading again.
—Do you no longer want me to cook something specific for you? Do you no longer like the taste of my food? Tell me the truth.
Reinaldo, visibly irritated, shook the newspaper and folded his arms.
—Madam wife, —he said, with a tone that mixed weariness and frustration, "just because I give you the freedom to decide what you want to cook doesn't mean I don't like your food. Now, on second thought, I would like a nice chicken soup.
—Soup? exclaimed Marianela, with confusion reflected in her plump, rosy —cheeked face.
Reynaldo narrowed his black eyes, feeling misunderstood.
—Why are you surprised that I want to eat soup? With you women you can never get along with me. You get upset if I don't tell you what I want and you're amazed if I do. How can I get along with you?
—Soup is food for sick people. Are you sick? —Marianela replied and then caressed her husband's well-developed shoulders.
Reynaldo looked at her again exhausted, as if he wanted to tell her that she would be the cause of his illness, but he chose not to speak.
—I would like to eat soup. If you want to, make it for me; if not, don't worry, I'll eat whatever you prepare.
Marianela, still puzzled by her husband's desire, got up and headed for the kitchen, questioning whether Reynaldo was sane. "Does he really want me to make him soup?". "With that size and muscle mass he'll go hungry." He began pulling the necessary ingredients from the shelves, where he hadn't moved anything for a long time. Suddenly, he came face to face with a huge gray rat.
Two seconds of shocked silence followed.
A scream of horror escaped her lips, and fear seized her. Reynaldo, alarmed, appeared in the kitchen in an instant. Marianela was on the table, wielding a cutting board, ready to fight the rat if it dared to move.
—I can't believe my eyes. What happened? —asked Reynaldo, his heart beating fast.
—There's a huge rat under the table. Send his soul to a better place, please! —exclaimed Marianela, handing him the wooden board.
—There is always movement in this house. Not a minute of peace I find. How did a rat get in here? —he asked, looking disdainfully at the aluminum table.
—Are you going to ask me? I have no idea! It's your fault; I told you to bring a cat to live here with us. But no, the boy wanted a dog, who just spends all day lying on the floor sleeping.
—Leave Titico out of this; it's not his fault there's a rat in the house. —Reynaldo called to the dog, but received no answer. Titico...Titico!

—Look, that dog never listens to you, not even to bark at intruders. I told you the best thing to do was to bring a cat, do something and catch that rat yourself or there won't be any soup for dinner!
Reynaldo bent down to try to locate the rat, but met its frightening eyes. "How am I going to catch this animal?" he thought as he devised a strategy. Suddenly, Titico appeared and, seeing the rat, shooed it into the yard. The rat ran like lightning trying to scurry away from the danger lurking behind it, which seemed truly impossible.
—Rats make me sick, —said Marianela, watching from the white-framed wooden window as the dog ran after the rat.
—Are you feeling sick? Well, prepare the soup quickly, that's sick food, and don't forget to give some to Titico, he's a real sneaky hero. You weren't expecting that. And look, you saying that cats are the solution. Cat, no cat!
Reynaldo left the kitchen feeling his wife's gaze on his back, but he didn't care, as he sat back down smiling on the sofa, fully confident that Titico would take care of the rat without any problems and that he would have a delicious chicken soup for dinner.
End
***Español***
***

—¿Qué haré de comer? —preguntó Marianela a su esposo Reynaldo, interrumpiendo su concentración de una noticia atrayente del periódico. Su esposo, con una expresión de aburrimiento, la miró por segunda vez en cinco minutos.
—Haz lo que prefieras —respondió él, apretando los labios y estirándolos hacia afuera en un gesto que a Marianela le pareció desinteresado.
Esa no era la respuesta que ella esperaba. ¿Cómo podía darle esa respuesta? ¡Qué desconsideración hacia su persona! Se sintió ofendida y se removió en el sofá, interrumpiendo nuevamente la lectura de su esposo.
—¿Acaso ya no quieres que te cocine algo en específico? ¿Es que ya no te gusta el sabor de mi comida? Dime la verdad.
Reinaldo, visiblemente irritado, sacudió el periódico y se cruzó de brazos.
—Señora esposa —dijo, con un tono que mezclaba cansancio y frustración—, que te dé la libertad para decidir lo que quieres cocinar no significa que no me guste tu comida. Ahora, pensándolo bien, quisiera una rica sopa de pollo.
—¡¿Sopa!? —exclamó Marianela, con confusión reflejada en su regordete rostro de cachetes sonrosados.
Reynaldo entreceró sus ojos negros, sintiéndose incomprendido.
—¿Por qué te sorprende que quiera comer sopa? Con ustedes las mujeres nunca se puede quedar bien. Te molestas si no te digo lo que quiero y te asombras si lo hago. ¿Cómo puedo quedar bien contigo?
—La sopa es comida para enfermos. ¿Estás enfermo? —replicó Marianela y luego acarició los desarrollados hombros de su esposo.
Reynaldo la miró nuevamente agotado, como si quisiera decirle que ella sería la causa de su enfermedad, pero optó por no hablar.
—Me gustaría comer sopa. Si quieres, me la haces; si no, no te preocupes, comeré lo que prepares.
Marianela, aún extrañada por el deseo de su esposo, se levantó y se dirigió a la cocina, cuestionándose si Reynaldo estaba cuerdo. «¿En serio quiere que le haga sopa?». «Con ese tamaño y esa masa muscular se quedará con hambre». Comenzó a sacar los ingredientes necesarios de los estantes, donde llevaba mucho tiempo sin mover nada. De repente, se encontró cara a cara con una enorme rata gris.
Sucedieron dos segundos de silencio impactante.
Un grito de horror salió de sus labios, y el miedo se apoderó de ella. Reynaldo, alarmado, apareció en la cocina en un instante. Marianela estaba sobre la mesa, empuñando una tabla de cortar, dispuesta a luchar contra la rata si se atrevía a moverse.
—No puedo creer lo que veo. ¿Qué pasó? —preguntó Reynaldo, con el corazón latiendo aceleradamente.
—Hay una rata enorme debajo de la mesa. ¡Envía su alma a un lugar mejor, por favor! —exclamó Marianela, entregándole la tabla de madera.
—Siempre hay movimiento en esta casa. Ni un minuto de paz encuentro ¿Cómo se metió una rata aquí? —preguntó él, mirando con desdén la mesa de aluminio.
—¿Me vas a preguntar a mí? ¡No tengo idea! La culpa es tuya; te dije que trajéramos un gato a vivir aquí con nosotros. Pero no, el niño quiso un perro, que solo se pasa el día tirado en el suelo durmiendo.
—No metas a Titico en esto; él no tiene la culpa de que haya una rata en casa. —Reynaldo llamó al perro, pero no recibió respuesta —.Titico...¡Titico!

—Mira, ese perro nunca te hace caso, ni para ladrarle a intrusos sirve. Te dije que lo mejor era traer un gato. ¡Haz algo y atrapa a esa rata por ti mismo o no habrá sopa para la cena!
Reynaldo se agachó para intentar localizar a la rata, pero se encontró con sus ojos espantosos. «¿Cómo voy a atrapar a este animal?», pensó mientras ideaba una estrategia. De repente, Titico apareció y, al ver a la rata, la espantó hacia el patio. La rata corría como un rayo tratando de escabullirse del peligro que la acechaba, lo cual parecía verdaderamente imposible.
—Las ratas me enferman —dijo Marianela, observando desde la ventana de madera con marco blanco cómo el perro corría tras la rata.
—¿Te encuentras mal? Bueno, prepara rápido la sopa, que eso es comida de enfermos, y no te olvides de darle un poco a Titico, que es todo un verdadero héroe disimulado. No te lo esperabas. Y mira, tú diciendo que los gatos son la solución. ¡Gato, ni gato!
Reynaldo salió de la cocina sintiendo la mirada de su mujer clavada en su espalda, pero poco le importó, pues se volvió a sentar sonriente en el sofá, con la plena seguridad de que Titico se encargaría de la rata sin problemas y en la cena tendría una deliciosa sopa de pollo.
Fin
**Translation by deepl**
**Images were taken by me**