Esto del “despertar”… para mí es esa transformación en la mirada, ¿sabes? Es como acceder a un conocimiento que, de golpe, te rearma la percepción y, claro, con eso, cómo vives la vida, cómo procesas la existencia entera. Es un tema que, lo sé, nos fascina y que ha obsesionado a tantos que han buscado entenderse a sí mismos y al universo.

He buceado en textos y reflexiones, tanto filosóficas como espirituales, y algo que se repite es que el despertar no es un evento único, sino un proceso que se va dando, un constante desvelar. Lo entiendo como ese acto de ir soltando capas de ilusión: creencias que llevas dentro sin darte cuenta, ideas que das por ciertas sin cuestionar, identificaciones que te atan y te limitan. Es, simplemente, empezar a “ver” lo que hay con más nitidez, más allá de las primeras impresiones o de lo que te han contado que es. Este “ver” distinto, esta nueva conciencia, no es que cambie los hechos del mundo físico. Lo que sí hace, y de manera radical, es transformar tu relación con esos hechos. Y con eso, cambia tu vivencia de la “realidad” que percibes.
Y esto nos lleva a esa vieja pregunta, ¿verdad? ¿Lo que vivimos es algo que ya viene dado, natural, o es pura consecuencia de lo que nos rodea? Es el eterno debate del libre albedrío contra el determinismo, el que ha llenado bibliotecas a lo largo de la historia. Y justo ahora, con los años que llevo y lo que he vivido, me lo pregunto de nuevo: ¿qué tanto de lo que hacemos y nos pasa ya está escrito? ¿Y cuánto margen nos queda para realmente elegir?
Desde la perspectiva del despertar, al menos como yo lo entiendo por lo que leo y lo que he pasado, parece que ganas conciencia de todas esas cosas de fuera que nos moldean. Cuando miras a tu alrededor fijándote en los hechos, empiezas a ver los hilos: cómo la cultura, lo que se espera de ti, tus experiencias pasadas o el momento que vives influyen en lo que decides y en cómo lo ves todo. Darte cuenta de esto, y lo digo por lo que he visto y vivido, no significa que te conviertas en un robot. Más bien, te da la opción de no ir en automático. Te da la chance de responder, de elegir cómo actuar, en lugar de solo reaccionar sin pensarlo.
Y creo que justo ahí, en ese espacio de más conciencia, es donde aparece otro tipo de libertad. Quizás no sea ese libre albedrío total, sin límites, que algunos imaginan. Pero sí es la libertad de poder elegir cómo te tomas las cosas por dentro, qué respuesta das, qué camino decides tomar, aunque lo de fuera se ponga difícil. Es como si ese “saber” que te da el despertar te entregará una especie de brújula interna. Te ayuda a navegar por la vida, incluso cuando la marea está brava o el viento sopla en contra.
Si te sirve un ejemplo personal —algo que, como sabes, he contado mil veces—, mi propia vida me ayuda a ver esta dinámica con claridad. La emigración, por poner un caso, es un terremoto externo, algo que te voltea la vida entera. Eso está clarísimo. Pero, la forma en que vives esa experiencia, si eres capaz de encontrar algo bonito, algo por lo que dar gracias en el nuevo sitio, si logras levantar una vida y armar una familia… Eso, para mí, habla de una fuerza interior, de una capacidad de adaptarte que va mucho más allá de que las circunstancias te determinen sí o sí (¡no todo es llorar!). Y fíjate, con más de sesenta años, sigo con ganas, alucinado con la vida, con la energía de mi hijo de 8. Siento que en mí hay una gratitud enorme por el hoy, una conexión fuerte con lo que considero verdaderamente importante para lo que viene. Despertando de ese “coma” inducido por nuestros caprichos.