escenas de familia (VI)el abismo se nos pegaba a la piel
como el polvo de los caminos;
era una forma de decirlo,
no la única ni la verdadera,
la puerta, tan baja, cubierta,
al borde del precipicio,
los ladrillos falsos y manchados,
agujereados por las hormigas,
y del otro lado, un mundo antiguo,
cícadas y helechos, naftalina,
y la tele, ensordecedora;
eran canosas de nacimiento
y tenían una sola oreja
que se pasaban de una a otra;
sigilosamente, entre las piedras,
trepábamos hasta la cima,
nos agarrábamos de los tallos
o de las gigantescas espinas,
y mirábamos hacia abajo,
los autos echando humo,
las vecinas bailando, descalzas,
sobre los últimos adoquines,
como en los tiempos de Pericles,
sucias y bellas, bebiendo de la zanja,
como pájaros o perros, al sol,
y mi hermano, mareado por las alturas,
arrojaba bombas de agua, jugos,
pociones de alcohol y cosméticos;
mamá rondaba, acechaba entre las rocas,
no le importaba si manchábamos
las paredes del edificio,
gritaba furiosa, golpeaba la mesa,
y volaba alrededor, etérea, lábil,
con alas de murciélago, peluda;
las erinias, decía papá,
son la personificación de la venganza,
sus lágrimas de sangre, chicos,
son deliciosas, y se hacía marcas
con una navaja y tinta china,
símbolos de paz y equilibrio,
y pulía las estatuas de bronce,
hasta que podía ver su reflejo,
su propia mirada, su desilusión,
pulía las piedras, las molduras,
o hacía muñecos de jabón
y los escondía entre las rocas
para que pensáramos que allí
habitaba una civilización perdida,
seres de jabón y verdín,
peces con anzuelos clavados,
y arriba, en la cumbre vidriosa,
las viejas fregaban y lustraban,
limpiaban su única oreja
con una serpiente como hisopo,
agua, veneno y detergente,
y la tendían al sol, entre rama y rama,
con bombachas y pantalones,
blusas, enaguas y manteles floreados,
y se sentaban a mirar la tele
en un sillón de hojas y troncos,
y mamá gritaba y arrojaba vasos,
arañaba las cortinas, aleteaba,
corría entre las rocas como un perro salvaje,
orinaba en cada árbol, levantando la pata,
saltaba con sus tacos altos, aullaba,
hasta que llegábamos a la cima
y robábamos la oreja,
antes del atardecer, antes del río,
antes de que mamá llorara sangre,
la oreja peluda y canosa de las viejas,
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