agreste
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agreste

poesía, literatura, naturaleza

argentina

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agreste
· 22. Feb 2024

escenas de familia (VI)el abismo se nos pegaba a la piel como el polvo de los caminos; era una forma de decirlo, no la única ni la verdadera, la puerta, tan baja, cubierta, al borde del precipicio, los ladrillos falsos y manchados, agujereados por las hormigas, y del otro lado, un mundo antiguo, cícadas y helechos, naftalina, y la tele, ensordecedora; eran canosas de nacimiento y tenían una sola oreja que se pasaban de una a otra; sigilosamente, entre las piedras, trepábamos hasta la cima, nos agarrábamos de los tallos o de las gigantescas espinas, y mirábamos hacia abajo, los autos echando humo, las vecinas bailando, descalzas, sobre los últimos adoquines, como en los tiempos de Pericles, sucias y bellas, bebiendo de la zanja, como pájaros o perros, al sol, y mi hermano, mareado por las alturas, arrojaba bombas de agua, jugos, pociones de alcohol y cosméticos; mamá rondaba, acechaba entre las rocas, no le importaba si manchábamos las paredes del edificio, gritaba furiosa, golpeaba la mesa, y volaba alrededor, etérea, lábil, con alas de murciélago, peluda; las erinias, decía papá, son la personificación de la venganza, sus lágrimas de sangre, chicos, son deliciosas, y se hacía marcas con una navaja y tinta china, símbolos de paz y equilibrio, y pulía las estatuas de bronce, hasta que podía ver su reflejo, su propia mirada, su desilusión, pulía las piedras, las molduras, o hacía muñecos de jabón y los escondía entre las rocas para que pensáramos que allí habitaba una civilización perdida, seres de jabón y verdín, peces con anzuelos clavados, y arriba, en la cumbre vidriosa, las viejas fregaban y lustraban, limpiaban su única oreja con una serpiente como hisopo, agua, veneno y detergente, y la tendían al sol, entre rama y rama, con bombachas y pantalones, blusas, enaguas y manteles floreados, y se sentaban a mirar la tele en un sillón de hojas y troncos, y mamá gritaba y arrojaba vasos, arañaba las cortinas, aleteaba, corría entre las rocas como un perro salvaje, orinaba en cada árbol, levantando la pata, saltaba con sus tacos altos, aullaba, hasta que llegábamos a la cima y robábamos la oreja, antes del atardecer, antes del río, antes de que mamá llorara sangre, la oreja peluda y canosa de las viejas, l

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agreste
· 15. Feb 2024

escenas de familia (VI)a mis hermanos les gustan los caramelos ácidos: los colocan en los ojos de mamá hasta que se ponen rojos y arden: mamá ríe a carcajadas, baila hasta la madrugada, grita con furia a través de la ventana, nunca usó los ojos para otra cosa, son hogueras, arbustos encendidos que las tribus vecinas, sangrientas, perciben como señales de humo, declaraciones de guerra, dicen, pero es mamá que fuma con todo su cuerpo, algunas veces son solo cigarrillos baratos, pero otras se fuma sus propios dedos, se fuma sus dientes, su lengua, sus palabras, y ríe a carcajadas, y mis hermanos también ríen, todos reímos, a decir verdad, porque la vida es relativamente graciosa, incluso el sufrimiento, el humo en los pulmones, por eso mamá se tapa la boca y tose, y se le retuerce el cuerpo, como si tuviera arcadas, y de sus pulmones sale papá, tiznado, y dice algo que no llegamos a escuchar; papá no ríe, está enojado, es pequeño, tiene las cejas chamuscadas, la nariz roja, mis hermanos se ponen tensos, lo miran, esconden cosas debajo de los muebles, y yo pienso en los arañazos en las patas de la mesa, en los cristales rotos, en los caballos inmóviles, en el viento que entra por la ventana: es el río, pienso, que desemboca en mi habitación, son las canoas que llegan, las lanzas, las redes, quiero avisarles que estamos en peligro, pero de mi boca solo salen burbujas, me desespero, y también me da gracia, porque el tiempo es un lugar extraño para sembrar cualquier yuyo, para fumar, para pegar los fragmentos del universo, para cualquier cosa, en realidad, porque el mundo es demasiado pequeño para tener un futuro, solo el pasado, borroso, como debajo del río, pero papá no ríe, ni siquiera ahora, está enojado, vocifera, inaudible, y mis hermanos siguen tensos; entonces mamá vuelve a hacerlo: abre grande la boca, los labios pintados, los dientes amarillos de tanto haber fumado, y se vuelve a comer a papá, como otras veces, tose y sonríe, da una larga pitada, suelta el humo por la ventana, mira a mis hermanos, y se recuesta en el sofá con los ojos bien abiertos

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agreste
· 8. Feb 2024

escenas de familia (V)papá se da la cabeza contra las paredes: le gusta sentir cómo, de a poco, va creciendo un chichón en su frente; mamá lo observa entre los juncos, un pez la sujeta por la cintura, sus aletas resbalan en el vestido y vuelven a aferrarse, una y otra vez; apenas si pueden respirar fuera del agua; mamá fuma un cigarrillo tras otro, tose, escupe algo al río, y el pez trata de imitarla; mamá le ofrece un cigarrillo; el humo sube: son señales, piensa papá, pero las ignora, el dolor en su frente apenas si lo deja pensar: piensa en física cuántica, en el tiempo que escapa, dice, de los agujeros negros, en las ondas de radio que viajan por la atmósfera; no sabe nada del río, del chapoteo de los peces, de las bocanadas de humo, no se acuerda, siquiera, de que alguna vez fue río, corriente marrón, lecho de barro, el sol se refleja en su cabeza desde hace miles de años, siempre del mismo modo y con el mismo ángulo absurdo; mamá se da un chapuzón, todos la miran con ansiedad, está con su malla entera, se tapa la panza con las manos, siente vergüenza de los peces que le muerden los talones, y de pronto se sumerge y ya no sale: mamá es el río, y el paisaje es infinitamente calmo: muy lejos, torcidos por el viento, se ven los árboles de la otra orilla, y, en el medio, un río somnoliento, pequeñas islas de plantas, los pájaros rozando el agua; papá se desespera, se apoya contra la pared, él tampoco puede respirar, se toma los senos, la garganta, quiere chillar como un pájaro, hasta que mamá le toca el hombro: chorreando agua y sangre, con un anzuelo clavado en la boca, le dice hola, cómo fue tu día; su voz es ronca, pero dulce, y papá siente el dolor en la frente y piensa en la infinitud del tiempo, en la densidad del agua

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· 1. Feb 2024

escenas de familia (IV)mamá se paseaba con su panza nueva por la avenida: estaba hecha con un globo, porque los almohadones le resultaban muy pesados; la gente gritaba, recuerdo, y los aviones de guerra volaban muy bajo: dejaban caer cartas navideñas sobre el asfalto caliente; mamá lucía feliz, empujaba su changuito lleno de gaseosas y turrones y esquivaba las cartas sabiamente, como si avanzara por un campo minado; su larguísima barba le daba un aspecto venerable: parecía ocultar entre sus pelos el sucio secreto de la vida; mis hermanos, en cambio, se aburrían con torpeza: pisaban las cartas y explotaban y se convertían en seres horrendos: algunos con ocho patas, otros con lengua de serpiente o garras ensangrentadas, nos rugían y se lamían entre ellos y con cada carta que pisaban volvían a explotar, salvajes, y se transformaban en seres incluso más horribles: los ojos como espinas, la piel dura y rugosa como la corteza de los árboles, el vientre abierto de par en par, así corrían y saltaban y reptaban las tripas al viento, dejando un rastro de babosa; mamá reía y su risa era un abismo, fue la única vez que la vi reir: se le caían los dientes amarillos por el tabaco, y su risa era como una tos, como un ronquido a la madrugada; cuando llegamos a casa les cerró la puerta en la cara; estaba agitada y se agarraba la panza, creo que va a parir, grité; papá miraba la tele desde el sillón, afilaba los dientes de mamá con una piedra gris y agua, comía salchichas con la otra mano, nos están bombardeando, le dije, me mostró un diente afilado, amarillo por el tabaco, mamá va a parir, grité, me miró perplejo: hay cosas, dijo, que todavía no podés entender, cosas que hay que afilar todas las mañanas, sacarlas a que tomen el sol, envolverlas en un trapo, aplastarlas, hacerlas añicos; entonces mamá se metió la mano debajo del vestido y sacó un muñeco de papá noel, feliz navidad, dijo, y papá se tapó la cara y lloró, y mis hermanos rugieron tan fuerte que les sangraban los oídos: entonces el muñeco nos dio los obsequios que había traído: a mamá unos dientes blancos, a papá un taparrabos nuevo adornado con dibujos milenarios, a mi hermano un universo diferente con enormes baños de lujo, y huecos en los que caías una y otra

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agreste
· 26. Jan 2024

Este pájaro y yo no somos amigos. Hay muchas razones por las que estamos irremediablemente alejados. La genética, claro, que hace que yo no tenga plumas ni pico ganchudo. La cultura, también. Y el lenguaje, por supuesto; no entiendo sus chirridos, y al parecer el pájaro tampoco entiende mis conversaciones. Y, sin embargo, de algún modo, estamos cerca, al borde de nuestras limitaciones, a la orilla del río infranqueable de la palabra, apoyando la mano o la garra en un vidrio que hace las veces de frontera. No somos amigos y, sin embargo, lo saludo cada vez que se posa en el poste de hormigón del alambrado, o en la pérgola donde enredan los tasis y las pasionarias. O cuando pasa volando, buscando comida, chillando. No soy su amigo, pero el pájaro lleva lo salvaje al extremo, y deja que me acerque a mirarlo o a sacarle fotos. Posa para mis fotos, podría decirse. Me mira él también. Y vuela cuando considera que la distancia entre nuestros mundos es demasiado estrecha. Hay algo casi místico en ese acercamiento. Yo volviéndome cada vez más salvaje, con un chillido en la punta de la lengua; el pájaro posando para las fotos; entrando, de algún modo, a la cultura. Son apenas unos pocos segundos. Valen la pena. Ni siquiera podría asegurar que es siempre el mismo pájaro. No importa en realidad. Podrían ser varios y yo no sabría distinguirlos. No sé si es macho o hembra. Sé que es un chimango. El nombre científico es Daptrius chimango. Es un ave rapaz diurna, a diferencia de las lechuzas blancas que cazan en mi casa por la noche. Dicen que es territorial y agresiva. Compartimos el territorio, en el sentido más profundo. Somos el territorio. Pero yo también soy el mapa. Nuestro alambrado. La gente de la zona no quiere a los chimangos. No son los más pájaros más bonitos. No tienen el canto más agradable. Tienen cara de malos. Comen carroña, pero no exclusivamente. Andan entre cosas podridas. Hay algo en ellos que nos recuerda a la muerte en su sentido más crudo. Pero son solo una parte más del círculo de la vida. Y más allá de nuestras metáforas, de nuestra belleza, bondad o dignidad, más allá de nuestra particular cultura, están vivos, y eso basta.

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agreste
· 25. Jan 2024

escenas de familia (III)las tardes de lluvia, con mucha paciencia, mi hermano pegaba los fragmentos de mamá; los observaba con una lupa de juguete para apreciar las formas, las muescas más sutiles, y los untaba con un engrudo que había hecho la abuela: harina y agua en proporciones iguales, gritos y sangre y pasta de almendras, confites de colores para los ojos; así mamá iba recuperando su forma, su expresión furiosa, su mirada de ciervo, sus ronquidos al mediodía, cuando el sol le rajaba la frente, y le sacaba palabras como espinas; papá solía pescar en ese agujero: bagres, dorados y sábalos, con los pies en el barro de la orilla: allí encontró sus primeros anteojos: los de ver cosas sin importancia, los que hacían que todo fuera lo que era, así de simple, limpiando el fondo de la realidad, barriendo una calle de tierra, día tras día, siempre a la misma hora, en el sitio exacto, y cuando mamá estaba rearmada, perfectamente pegada con el engrudo, mi hermano se unía con su caña, y nosotros salíamos a pasear, no muy lejos, a dar la vuelta manzana, porque mamá cambiaba de forma como un caleidoscopio y escupía en las veredas, porque el ruido de sus tacones les rompía los dientes a los vecinos, porque siempre tenía las palabras precisas para garabatear las paredes del barrio y el humo, a esas horas, ya era demasiado espeso: entonces mamá estallaba de nuevo y la abuela me ayudaba a guardar todos los pedazos en una bolsa, para cuando llueva, decía, y no había nubes en el cielo, solo las señales de humo con las que papá, sentado en la orilla de su frente, les avisaba a las otras tribus, que el universo estaba roto y que el pescado que estaba cocinando tendrían que dejarlo para otra oportunidad

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