El Papa murió. Así anunciaban las noticias de esa mañana de lunes de abril.
Sara no estaba de todo sorprendida; el líder del catolicismo estaba ya en una edad donde requería bastantes cuidados. Lo que le sorprendía fue el descuido desatinado por parte de sus asistentes luego de un férreo combate contra la enfermedad. Y sobre todo que empezara a recibir a algunas personas que eran más mala sangre que otra cosa.
Conforme veía las noticias en la televisión, recordó una parte de su juventud e infancia presenciar el ascenso y la muerte de tres papas. El primero, del siglo pasado, era sin duda uno de los más carismáticos; visitó su ciudad en una ocasión. Su madre la llevó a verle en el Centro de la ciudad, por donde pasó su vehículo. A ese Papa lo volvieron santo unos años después.
Al carismático lo sucedió uno más intelectual y tradicional, pero su tiempo en el puesto fue corto; por problemas de salud, tuvo que abdicar. Se volvió Papa Emérito y fue a una casa de retiro.
El que le sucedió fue el que falleció recientemente. Uno igual de carismático que el primero, pero más revolucionario en ideas, más progresista.
Los creyentes en profecías auguran un período oscuro al ascender un Papa negro. Para Sara, amante de la historia, las profecías no eran más que un poema apolíneo en donde las cosas se deben ver de forma simbólica, no literal.
Semanas después de las exequias del difunto, se erigió un nuevo Papa que, a juicio de Sara, tenía una especie de vibra Borgia ante la situación internacional actual respecto a su país de origen, una nación conocida por su muy mal disimulada obsesión expansionista. Sin embargo, Sara optó por observar con detenimiento cómo actuará el nuevo pontífice y en qué dirección iría.
Después de todo, no sería ni la primera ni la última vez que surgiera un conflicto político dentro del Vaticano... Y que un Papa pereciera en medio de todo ese conflicto.