I open my eyes to the new morning that awaits me with endless labors. In the morning breeze I feel an aura of hope, full of longing in the struggle for dreams. The lethargy of drowsiness invites me to stay a moment longer in the shelter of the white sheets.
The alarm rings with a thunderous sound, inviting me to start the new day with enthusiasm. I struggle against listlessness and mood on a new day. I finish shaking off the hugging comfort of my bed and rise awaiting the embrace of the sun.
I awkwardly move through the hallways until I reach the kitchen. I prepare to drink my first cup of coffee. The urge for caffeine makes me pick up the beautiful white porcelain cup and take a big sip.
As the caffeine takes effect in my body. I go to the bathroom, the cold water gives me an icy embrace and I finish waking up. I am recharged with energy to face the new challenges of everyday life.
I turn on my computer, that machine that helps me in my work, an inseparable friend, who is there, helping me every day in my dream. With its characteristic sound it makes when on, I am never alone, that roar of the fans and that soft breeze that envelops my body, is a clear embrace of the old but reliable friend.
The letters of the keys lost in the course of time, help me to capture everything that my head has locked up. The ideas flow like waterfalls. Unstoppable.
Fingers deftly move across the keyboard like a tireless dance. The letters form the sentences, these, the paragraphs, these, the texts and finally the stories that one day will see the light and will spread to the world like raindrops.
My eyes remain fixed on the screen that displays its bright glow on my face. The electronic sheets are slowly filling up with the ideas, some absurd, others romantic, funny, horror and so on.
In my human-machine connection, I melt and get lost in the letters, which I type without restraint and almost with an unassailable reason of a hint of fatness. The sound of the typed keys is the music that accompanies me, a melodious sound of a TAC TAC, which fills the room with silence.
For a moment, a chat message pulls me out of creative concentration. The cell phone resting on the desk next to my computer lights up. Hurried eyes read the message, everything else becomes unimportant and only one word grabs my attention: 'Rejected.'
I take off my glasses, rub my hundred, stretch my head back and think about whether it's worth it. Negative thoughts tear the neurons in my head and some tears come out of my eyes.
At that instant, the door opens, closed to the bustle of the house, of voices secreting truths and indignations. The light from the outside comes through the door and a figure appears, it is my mother with a slow walk. Her small figure and ever-smiling face. She arrives calmly and quietly leaves me an orange porcelain plate with food prepared with love.
Before leaving, she gives me a tender hug that squeezes my heart, as if she knows I need to be comforted. The warmth of her body is a magic that fills my spirit and that moment seems eternal. It is so wonderful. She leaves, and just as she entered, in complete silence, and I am back in front of the brightness of the screen.
I pull myself together again and feel hope blooming in my heart. I stretch out my fingers and continue typing. The dance of the fingers, and the keyboard begins to immerse me again in those dreams that I keep chasing in the harsh reality. They seem unconquerable, but with what fills the heart of passion and love of those I love, I will surely get to where the top becomes light.
Abro los ojos ante la nueva mañana que me espera con un sin fin de labores. En la brisa mañanera se siente un aura de esperanza, cargada de anhelos en la lucha por los sueños. El letargo de la somnolencia me invita a quedarme un momento más en el cobijo de las sábanas blancas.
Suena la alarma con un sonido estruendoso, invitándome a empezar el nuevo día con entusiasmo. Lucho contra el desgano y el ánimo en un nuevo día. Termino de sacudirme la abrazadora comodidad de mi cama y me levanto esperando el abrazo del sol.
Torpemente me desplazo por los pasillos hasta llegar a la cocina. Me dispongo a tomar mi primera taza de café. La necesidad imperiosa de cafeína me hace tomar la hermosa taza blanca de porcelana y darle un gran sorbo.
Mientras la cafeína hace efecto en mi organismo. Voy hacia el baño, el agua fría me da un gélido abrazo y termino de despertar. Estoy recargado de energía para afrontar los nuevos desafíos de la cotidianidad.
Enciendo mi computador, aquella máquina que me ayuda en mis labores, un inseparable amigo, que está ahí, ayudándome cada día en mi sueño. Con su sonido característico que hace al estar encendido, nunca estoy solo, ese bramar de los ventiladores y aquella brisa suave que envuelve mi cuerpo, es un claro abrazo del viejo pero confiable amigo.
Las letras de las teclas perdidas en el trascurso del tiempo, me ayudan a plasmar todo aquello que mi cabeza tiene encerrado. Las ideas fluyen como cascadas. Indetenibles.
Los dedos hábilmente se desplazan por el teclado como una danza infatigable. Las letras van formando las oraciones, estas, los párrafos, estos, los textos y finalmente las historias que algún día verán la luz y se expandirán al mundo como gotas de lluvia.
Mis ojos se mantienen fijos a la pantalla que despliega su fulgor brillante en mi rostro. Las hojas electrónicas se van llenando lentamente de las ideas, unas absurdas, otras románticas, graciosas, de terror y demás.
En mi conexión humano-máquina, me fundo y me pierdo en las letras, que voy digitando sin mesura y casi con una razón inapelable de un dejo de gordura. El sonido de las teclas digitadas es la música que me acompaña, un sonido melodioso de un TAC TAC, que llena el cuarto del silencio.
Por un momento, un mensaje de chat me saca de la concentración creativa. El celular que descansa en el escritorio junto a mi computador, se ilumina. Los ojos presurosos leen el mensaje, lo demás pierde importancia y solo una palabra se lleva mi atención: "Rechazado".
Me saco las gafas, me froto la cien, estiro mi cabeza hacia atrás y pienso si aquello vale la pena. Los pensamientos negativos desgarran las neuronas de mi cabeza, y mis ojos supuran algunos resquicios de lágrimas.
En ese instante, se abre la puerta, cerrada ante el bullicio de la casa, de las voces que secretan verdades e indignaciones. La luz del exterior atraviesa la puerta y una figura se muestra, es mi madre con lento caminar. Su pequeña figura y su rostro siempre sonriente, llega sigilosamente y en silencio me deja un plato de porcelana anaranjado con alimentos preparados con mucho amor.
Antes de salir, me da un tierno abrazo que estruja mi corazón, es como si supiera que necesito reconfortarme. El calor de su cuerpo es una magia que me llena mi espíritu y aquel momento parece eterno. Es tan maravilloso. Se retira como entro, en completo silencio y vuelvo a quedar frente al fulgor de la pantalla.
Me vuelvo a recomponer y vuelvo a sentir la esperanza floreciendo en mi corazón. Estiro mis dedos y sigo digitando. La danza de los dedos, y el teclado empieza sumergirme de nuevo en aquellos sueños que sigo persiguiendo en la dura realidad. Parecen inconquistables, pero con lo que llena el corazón de pasión y amor de los que amo, de seguro llegaré hasta donde la cima se convierte en luz.
