
Imagen de mi autorÃa generada con Piclumen
Don Vicente tenÃa su panaderÃa mucho antes de que yo naciera.
Era uno de esos lugares donde el olor a pan caliente te abrazaba desde antes de que abriera sus puertas. El pan francés, las galletas de huevo, las catalinas... todo sabÃa a hogar, a familia.
Cada dÃa Don Vicente publicaba su menú en el diario del pueblo, pero una mañana, el periódico trajo una noticia chiquitica, escondida entre los anuncios, PanaderÃa El Milagro cerrará sus puertas este sábado. Gracias por tantos años de cariño. Don Vicente.
Asà de simple, sin drama.
Pero el pueblo no lo dejó asÃ, se empezaron a correr mensajes, visitas y promesas, unos llevaron harina, otros ayudaron a pintar la fachada, otros pusieron plata para pagar las deudas que Don Vicente ni siquiera habÃa mencionado.
Y el sábado, que iba a ser de despedida, se convirtió en una fiesta.
Los chicos hacÃan fila para comprar galletas de huevo, los grandes conversaban a las afueras mientras disfrutaban de unas catalinas o un pan blandito, y Don Vicente lloraba de alegrÃa, calladito, sin que nadie lo viera, con el delantal lleno de harina.
Obviamente la PanaderÃa El Milagro no cerró, y cada vez que paso y veo a Don Vicente sonriendo detrás del mostrador, pienso que a veces no hace falta gritar.
A veces basta con decir la verdad, quizás en un pedacito de papel, para que suceda el milagro.
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🇬🇧 English Version

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Don Vicente had his bakery long before I was born.
It was one of those places where the smell of warm bread embraced you before it even opened its doors. The French bread, the egg biscuits, the catalinas... everything tasted like home, like family.
Every day, Don Vicente published his menu in the town newspaper, but one morning, the newspaper carried a tiny notice, hidden among the ads: El Milagro Bakery will close its doors this Saturday. Thank you for so many years of love, Don Vicente.
It was that simple, no drama.
But the town didn't leave it at that. Messages, visits, and promises began to spread. Some brought flour, others helped paint the facade, and others donated money to pay off the debts Don Vicente hadn't even mentioned.
And Saturday, which was supposed to be a farewell, turned into a party.
The kids lined up to buy egg biscuits, the adults chatted outside while enjoying catalinas or soft bread, and Don Vicente wept with joy, quietly, unseen, with his apron covered in flour.
Obviously, El Milagro Bakery didn't close, and every time I pass by and see Don Vicente smiling behind the counter, I think that sometimes you don't need to shout.
Sometimes all it takes is telling the truth, perhaps on a piece of paper, for a miracle to happen..
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