Todo comenzó cuando el gobierno anunció que todos los que habían cruzado el río después del 1 de enero, ya no existían. Yo había cruzado el 2, casi 3 de enero, por lo que entré en el lote de los inexistentes.
Recuerdo que la primera vez, después de la declaración del presidente, fui al albergue y me busqué en la lista y no estaba mi nombre:
_¿Cómo va a ser eso posible si yo estaba en la lista? - le dije intentando que volviera a revisar el cuaderno, pero la chica dijo sin inmutarse:
_¡Pero ya no existe! - expresó y aunque ahí estaba yo, en carne y hueso, tuve que salirme de la cola y buscar donde dormir ese día.
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Después vinieron todos los momentos que me hicieron dudar de mi propia existencia. Como ya no tenía dónde dormir, me fui a la gobernación del estado a quejarme. Alguien debía ayudarme a resolver mi situación. Entonces le pregunté a uno de los oficiales dónde podía plantear mi dilema y él, al saber que yo era un inmigrante, simplemente me ignoró: aquella fue la primera vez que me sentí invisible. Todas las demás sirvieron para hacerse costumbre.
Si iba a buscar trabajo, era invisible; si estaba en la plaza pidiendo limosnas, era invisible; si cruzaba la calle, debía correr porque los conductores de los carros o peatones no me veían. Lo extraño era que, a veces, a conveniencia de la gente, me veían y me agredían o me botaban de cualquier sitio:
_Chu, Chu, Chu, quítese de aquí o llamaremos a la policía.
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Fue así que poco a poco me fui difuminando en el ambiente y creyendo mi propia muerte. Vagaba por las calles de la ciudad dudando si estaba vivo o estaba muerto, aunque creo que en el transcurso de los meses morí varias veces. Pero la muerte llegó definitivamente aquella noche de diciembre cuando la ola de frío sirvió para limpiar las calles de personas, como yo, inexistentes.
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[Versión en inglés]
Officially dead
It all started when the government ordered that all those who had crossed the river after January 1, no longer existed. I had crossed on January 2, almost January 3, so I entered the lot of the non-existent.
I remember the first time, after the president's statement, I went to the lodge and looked me up on the list and my name was not there:
_How could that be possible if I was on the list? - I said trying to get her to check the notebook again, but the girl said nonchalantly:
_But it doesn't exist anymore! - she said and I had to get out of the queue and look for a place to sleep that day.
Then came all the moments that made me doubt my own existence. Since I no longer had a place to sleep, I went to the state governor's office to complain. Someone had to help me resolve my situation. So I asked one of the officers where I could raise my dilemma and he, knowing that I was an immigrant, simply ignored me: that was the first time I felt invisible. All the others served to make a habit of it.
If I went to look for work, I was invisible; if I was in the square begging for alms, I was invisible; if I crossed the street, I had to run because car drivers or pedestrians did not see me. The strange thing was that sometimes, at people's convenience, they would see me and assault me or throw me away:
_Chu, Chu, Chu, Chu, get out of here or we will call the police.
So it was that little by little I was fading away and believing my own death. I wandered the streets of the city doubting whether I was alive or dead, although I believe that over the months I died several times. But death came definitively that December night when the cold wave served to clean the streets of non-existent people.
