Al encontrarme con esta iniciativa, me fue imposible evitar recordar mi participación, en el ejercicio 18 de la serie ¿Quién soy? De nuestra admirada @damarysvibra: En esa mi participación escribí una frase que vengo manteniendo desde hace muchas lunas: La sociedad no está preparada para lidiar con "bichos extraños".

 

Soy uno de esos bichos extraños porque en mí reinan comportamientos poco apreciados por la sociedad. No porque quiera ser antipático o un rebelde sin causa, sino por razones de peso que muchos en HIVE ya conocen.

 

Al no gustarme los grupos, reuniones ni el acercamiento con los demás, me tildan de cualquier cantidad de adjetivos que no me importan. A quien no me conoce, lo disculpo; pero a quien ya sabe de mí, lo penalizo.

 

De cualquier manera, he aprendido que no puedo estar en este mundo totalmente aislado. Para lograr mis objetivos, debo ceder y adaptarme a lo que la mayoría impone. Al principio me decía a mí mismo: "No me importa lo que dirán, sus críticas y opiniones me resbalan porque me baño en aceite". Y vaya que me baño, sin que nadie me lo mande.

 

Soy una persona muy respetuosa; no me meto en la vida de nadie. Cada quien hace o piensa lo que más le guste, y eso no es mi problema. Incluso asumo esta actitud con los miembros de mi familia y mis hijos, que ya son mayores de edad. Si alguien me pide una opinión, trato de no profundizar, porque regularmente la gente hace lo contrario a lo que le sugieres. Asumo esta actitud porque no me gusta que se entrometan en mis asuntos. Por lo tanto, no hago lo que no me gusta que me hagan.

 

Sin embargo, no podemos estar aislados; es imposible evitar los comentarios o las opiniones de los demás sobre nosotros. Somos el resultado de lo que los demás nos influyen. Si me dejo la barba, el cabello largo o me visto como George Harrison con ropa estilo india, de inmediato alguien se me acerca para decirme que parezco un hippie o que estoy totalmente fuera del presente. Quien critica o da su opinión no se detiene a pensar que vestirme así me da cierta comodidad y con eso me siento feliz.

 

Hubo un tiempo en mi vida en el que buscaba algo indefinido y, en ese camino, me acerqué a varios grupos religiosos, entre ellos los mormones. Debo afirmarlo: ellos me hicieron sentir muy bien. Muchas de mis dudas e interrogantes fueron respondidas gracias a ellos. Pero, así como encontré cosas hermosas, me topé con su empeño en que debía vestirme con corbata los domingos. Durante años trabajé vestido con traje y corbata y, una vez que dejé la profesión, deseché todo eso. Entonces planteé al grupo religioso que no quería usar corbata, que no quería sentirme uniformado, y ellos supuestamente lo aceptaron. Pero con el tiempo me di cuenta de que, por no usar una camisa blanca y una corbata, era menospreciado y no tomado en cuenta. Fue entonces cuando decidí alejarme. ¿Cómo podría el creador ponerse en mi contra solo por no querer usar corbata?

 

Lo que pasó con los mormones fue similar a lo que viví en toda mi vida profesional. Hay que estar muy formal para poder trabajar. Si no se cumplía con esto, eras mal visto; el cliente no te valoraba, no te consideraba, no aceptaba tus sugerencias o los productos que le ofrecías, y por ello perdías dinero.

 

Soy muy sincero; me es imposible evitarlo. Sin embargo, parece que ser sincero, puede ser contraproducente. Esto me ha llevado a considerar ocultar mis opiniones o pensamientos para no ofender a los demás. Debido a mi condición, no capto las frases con doble sentido y las interpreto literalmente, lo que a veces me hace parecer tonto. He tenido que aprender a distinguir esas frases, y me ha costado mucho. En estos aspectos, los demás también han influido en mí.

 

Mucho antes de la pandemia, había decidido que quería trabajar en bermudas y franela, muy al estilo de Charlie Harper, el personaje de la serie "Two and a Half Men" transmitida por el canal CBS. Eso se hizo realidad con la llegada de la pandemia. Fue entonces cuando me sentí realizado. No tenía que salir a reunirme con clientes ni hacer acto de presencia en ninguna reunión o grupo; todo lo resolvía a través de las pantallas de mi teléfono móvil o de la laptop. Era mi vida deseada; había conseguido la felicidad.

 

Aun cuando me sentía muy bien, era imposible aislarme por completo. Para obtener ingresos e incluso para instruirme, necesitaba reuniones virtuales en plataformas como Google Meet, Zoom y Microsoft Teams. Esto me forzaba a recuperar mis corbatas y a arreglarme, pues mi estabilidad económica dependía de ello.

 

En una ocasión, mi jefe, Luis Valles, me dijo: “Siempre te veo feliz, y eso me agrada. Pero, a veces, no pareces un hombre de 50 años”. Su comentario me dejó pensando: ¿dónde está escrito cómo debemos comportarnos según nuestra edad? ¿Quién decide esas reglas?

 

La sociedad actúa como un juez que otorga trofeos por nuestros logros, pero también como un verdugo que castiga si nos desviamos de sus normas. ¿Cómo lidiar con el "qué dirán"? Esa constante presión social que a veces nos limita.

 

En resumen, soy quien elijo ser, aunque reconozco que soy el resultado de las influencias de los demás. Es imposible escapar de ello. Si quiero alcanzar mis metas y, por ende, mi felicidad, debo considerar "el que dirán". Porque, aunque soy un individuo, también soy un ser social, un animal de manada. Si no coopero, si no trabajo en equipo, mi supervivencia se vería comprometida.

Pero esto no significa que me sumerja en la infelicidad por no ser completamente convencional. La mayoría de las veces, me dejo la barba, el cabello largo, visto bermudas, y me acuesto y levanto cuando me place. Además, amo trabajar con pantallas, lo cual ha expandido mi entorno laboral a un nivel global. Y lo mejor de todo, siempre expreso mi afecto con palabras y gestos. Aunque parezca increíble, muchos critican esta forma de mostrar amor.

 

¡Se les quiere!

Upon encountering this initiative, I couldn’t help but recall my participation in exercise 18 of the series Who Am I? by our admired @damarysvibra. In that entry, I wrote a phrase I’ve been holding onto for many moons: Society isn’t prepared to deal with "strange creatures."

I’m one of those strange creatures because behaviors that society doesn’t appreciate reign in me. Not because I want to be unpleasant or a rebel without a cause, but for weighty reasons that many on HIVE already know.

Since I don’t enjoy groups, gatherings, or getting close to others, people label me with all sorts of adjectives that don’t bother me. I excuse those who don’t know me, but I penalize those who do.

Still, I’ve learned that I can’t live in this world completely isolated. To achieve my goals, I must yield and adapt to what the majority imposes. At first, I told myself: "I don’t care what they’ll say; their criticisms and opinions slide off me because I bathe in oil." And boy, do I bathe—no one has to tell me to do it.

I’m a very respectful person; I don’t meddle in anyone’s life. Everyone does or thinks whatever they like, and that’s not my problem. I even take this stance with my family members and my grown children. If someone asks for my opinion, I try not to delve too deep, because people usually do the opposite of what you suggest. I adopt this attitude because I don’t like others interfering in my affairs. Therefore, I don’t do what I don’t like being done to me.

However, we can’t be isolated; it’s impossible to avoid others’ comments or opinions about us. We are the result of what others influence in us. If I grow my beard, let my hair get long, or dress like George Harrison in Indian-style clothes, someone immediately approaches me to say I look like a hippie or that I’m totally out of touch with the present. Those who criticize or offer their opinions don’t stop to consider that dressing this way gives me a certain comfort and makes me happy.

There was a time in my life when I was searching for something undefined, and along that path, I got involved with various religious groups, including the Mormons. I must admit: they made me feel really good. Many of my doubts and questions were answered thanks to them. But just as I found beautiful things, I ran into their insistence that I should wear a tie on Sundays. For years, I worked in a suit and tie, and once I left that profession, I discarded all of it. So, I told the religious group I didn’t want to wear a tie, that I didn’t want to feel uniformed, and they supposedly accepted it. But over time, I realized that for not wearing a white shirt and tie, I was looked down upon and disregarded. That’s when I decided to step away. How could the creator turn against me just for not wanting to wear a tie?

What happened with the Mormons was similar to what I experienced throughout my professional life. You had to be very formal to work. If you didn’t comply, you were frowned upon; clients didn’t value you, didn’t consider you, didn’t accept your suggestions or the products you offered, and as a result, you lost money.

I’m very honest; I can’t help it. However, it seems that being honest can be counterproductive. This has led me to consider hiding my opinions or thoughts to avoid offending others. Due to my condition, I don’t catch double entendres and interpret them literally, which sometimes makes me seem foolish. I’ve had to learn to distinguish those phrases, and it’s been tough. In these aspects, others have influenced me too.

Long before the pandemic, I had decided I wanted to work in shorts and a t-shirt, much like Charlie Harper, the character from the series Two and a Half Men aired on CBS. That became a reality with the arrival of the pandemic. That’s when I felt fulfilled. I didn’t have to go out to meet clients or make appearances at any meetings or groups; I handled everything through my phone or laptop screens. It was the life I wanted; I had achieved happiness.

Even though I felt great, it was impossible to isolate myself completely. To earn income and even to educate myself, I needed virtual meetings on platforms like Google Meet, Zoom, and Microsoft Teams. This forced me to dig out my ties and spruce up, as my financial stability depended on it.

Once, my boss, Luis Valles, told me: "I always see you happy, and that pleases me. But sometimes, you don’t seem like a 50-year-old man." His comment got me thinking: Where is it written how we should behave according to our age? Who decides those rules?

Society acts like a judge that awards trophies for our achievements but also like an executioner that punishes us if we stray from its norms. How do we deal with the "what will they say"? That constant social pressure that sometimes limits us.

In short, I am who I choose to be, though I recognize that I’m the result of others’ influences. It’s impossible to escape that. If I want to achieve my goals and, therefore, my happiness, I must consider "what they’ll say." Because, although I’m an individual, I’m also a social being, a pack animal. If I don’t cooperate, if I don’t work as a team, my survival would be compromised.

But this doesn’t mean I plunge into unhappiness for not being entirely conventional. Most of the time, I grow my beard, let my hair get long, wear shorts, and sleep and wake up whenever I please. Plus, I love working with screens, which has expanded my work environment to a global level. And best of all, I always express my affection with words and gestures. Though it may seem unbelievable, many criticize this way of showing love.

Love you all!